La vereda de Lima

Si hay algo que llama la atención en la mayoría de los países del sur de América, es la cantidad de cosas que se pueden consumir en la vía pública.
La capital peruana tiene su vereda poblada de opciones, poblada de matices que hacen que su forma de vida se aprehenda en el caminar de sus calles.
Hoy compartimos cositas que se ofrecen en las veredas de Lima.

En semana santa se ofrecen artesanías de palmas con crucifijos


Los picarones son roscas fritas a base de harina de mandioca y miel, del tiempo de la colonia

El anticucho es su plato más representativo, corazón de vaca y papas como base de la brochet

Esto no está en venta, pero es muy curioso 

Carteles para el buen uso del espacio público. Las calles son para la gente.





El vendedor de huevos

Algunos juegos que se ofrecen con premios


Rodajitas de Ananá y caricaturas al paso.

Muchos carros con frutas

Tarritos, cajitas y bolsitas de medicina natural

Con partir surge el compartir.


Emprendemos el viaje y en la partida hacemos extensiva la expectativa. Los que se quedan en nuestros territorios de origen palpitan primero a nuestro lado y luego a la distancia la incertidumbre de lo que vendrá. Imaginan nuestros pasos y aguardan ansiosos nuestras anécdotas. Esperan escuchar como nos reciben las ciudades, como nos trata el clima, que inconvenientes nos retrasan…
Por meticuloso que sea el itinerario (en caso de que lo hubiera), siempre el azar está en la valija y juega un rol preponderante sorprendiéndonos con experiencias múltiples.
Los viajeros convivimos con el imprevisto y los que se quedan comparten nuestra marcha.
El entorno del viajero comparte el viaje desde antes de la partida, presta elementos de dudosa utilidad, recomienda caminos, encarga compras, reclama fotos y aguarda novedades a través de los distintos medios que por suerte o por desgracia han proliferado.
Si las novedades no son reportadas, madres, abuelas, amigos; los que se quedan, teorizan las causas de la incomunicación del viajero en tiempos que parecen atravesados por el exceso de comunicación inmediata. Lejos de esperar por días una postal o un telegrama, los entornos aguardan el minuto a minuto para seguir las vicisitudes y andanzas, siendo esto un gran motivo de preocupación cuando la distracción o las circunstancias alejan al viajero de sus reportes.


Así, al partir, e incluso antes de partir no es solo el viajero el que se enfrenta a la incertidumbre y se prepara para la sorpresa, ya estamos compartiendo ese condimento del viaje con los que se quedan.
Con partir surge el compartir.