Con partir surge el compartir.


Emprendemos el viaje y en la partida hacemos extensiva la expectativa. Los que se quedan en nuestros territorios de origen palpitan primero a nuestro lado y luego a la distancia la incertidumbre de lo que vendrá. Imaginan nuestros pasos y aguardan ansiosos nuestras anécdotas. Esperan escuchar como nos reciben las ciudades, como nos trata el clima, que inconvenientes nos retrasan…
Por meticuloso que sea el itinerario (en caso de que lo hubiera), siempre el azar está en la valija y juega un rol preponderante sorprendiéndonos con experiencias múltiples.
Los viajeros convivimos con el imprevisto y los que se quedan comparten nuestra marcha.
El entorno del viajero comparte el viaje desde antes de la partida, presta elementos de dudosa utilidad, recomienda caminos, encarga compras, reclama fotos y aguarda novedades a través de los distintos medios que por suerte o por desgracia han proliferado.
Si las novedades no son reportadas, madres, abuelas, amigos; los que se quedan, teorizan las causas de la incomunicación del viajero en tiempos que parecen atravesados por el exceso de comunicación inmediata. Lejos de esperar por días una postal o un telegrama, los entornos aguardan el minuto a minuto para seguir las vicisitudes y andanzas, siendo esto un gran motivo de preocupación cuando la distracción o las circunstancias alejan al viajero de sus reportes.


Así, al partir, e incluso antes de partir no es solo el viajero el que se enfrenta a la incertidumbre y se prepara para la sorpresa, ya estamos compartiendo ese condimento del viaje con los que se quedan.
Con partir surge el compartir.